El "Horla" y otros cuentos de crueldad y delirio
Archivado en: Cuaderno de lecturas, "El 'Horla' y otros cuentos de crueldad y delirio", de Guy de Maupassant
En su momento, en la primavera de 2000, guiado por un segundo acercamiento a la obra de William Hope Hodgson que no satisfizo el entusiasmo con que le descubrí en La casa del confín de la Tierra unas semanas antes, alumbré la peregrina teoría de que ningún autor merece la lectura de más de un libro. Tan incierta y desatinada como mi interés por cualquier otra ideología que no sea mi exacerbado individualismo, al concebir semejante majadería olvidaba el placer con que he frecuentado las páginas de Maupassant. Aunque suscribo aquello de Lovecraft de que Poe es "deidad y referencia de toda ficción diabólica", el francés es mi cuentista favorito.
Con un denominador común: una obsesión y una locura en las que se puede presagiar el brutal suicidio con el que el maestro puso fin a sus días, lo que más me interesó en marzo de hace doce años de sus piezas de "crueldad y delirio" fueron las dos versiones de El "Horla". Bajo esta voz se hace alusión a dos vocablos franceses hors là! (¡fuera!), que no a la palabra española "orla".
Hecha la puntualización, la anécdota narrada bajo dicho título es la concerniente a un hombre que, a raíz de la llegada de un barco procedente de Brasil a las cercanías de su casa, comienza a ser poseído por algo así como su doble invisible. Ese "otro" al que alude Alberto Savinio en su Maupassant y "el otro", ese Mr Hyde que habitó en el gran Guy. En la primera de las versiones, la historia es referida por su protagonista; en la segunda, no es contada en forma de diario.
El listón mantiene su altura en La mano disecada. Si bien ya tuve oportunidad de leer esta pieza traducida por Ester Benítez, en esta ocasión lo está por Mauro Armiño. Tanto monta, monta tanto. Sí en Benítez es proverbial su buen hacer vertiendo al español a Maupassant, en Armiño lo es su excelencia trasladando a nuestra lengua la de Baudelaire. Apuntaré someramente que la aquí se nos cuenta es la historia de un hombre que guarda la siniestra reliquia a la que alude el título, mano que fuera de un peligroso criminal cuyo espectro acabará dando muerte al singular dueño.
Al volver ahora sobre todo ello, se me antoja que el asunto gravita en Las manos de Orlac. Filme mítico, dirigido en 1935 por el gran Karl Freund, versaba sobre un pianista al que le son transplantadas las manos de un asesino. Basada en una novela de Maurice Renard, contó con un guión -entre otros- de Guy Endore, P. J. Wolfson y John L. Balderston. Por un procedimiento parecido, Bola de sebo, una de las más célebres piezas bélicas de Maupassant, subyace en el guión de La diligencia (1939) que Dudley Nichols escribió para John Ford.
Sueños, volviendo a estos cuentos de crueldad y delirio, hace alusión al descubrimiento de los placeres del éter. Por extensión, a los de cualquier toxicomanía y su fatal empeño.
¿Loco? es el hombre que, enajenado por los celos que le producen los paseos que su mujer da a caballo, mata a la montura y a ella misma.
Respecto a Un parricida, ya comentado en La vendetta y otros cuentos de horror apuntaré que confirma que la bastardía fue una de las principales obsesiones de Maupassant.
Suicidas nos cuenta los motivos -"la náusea de los hábitos y la negra melancolía de vivir de aquel modo", el hastío de su plácida existencia, en suma- que llevan a un hombre a quitarse la vida. Todo un anuncio de esa arrebatada forma con la que el autor se convertiría en asesino de sí mismo.
La Carta encontrada en un ahogado es aquélla que se halla en otro suicida. En esta ocasión, el desdichado se ha matado porque aquella que le inspira no le ha permitido más que ese juego de la amistad, tan frecuente en las mujeres que no aman a quienes se sienten atraídos por ellas.
La amistad precisamente, la existente entre Flaubert, Turgueniev y el propio Maupassant, a la que se hace referencia en El miedo, es lo más curioso de esta pieza. Mediante uno de sus procedimientos narrativos habituales -una conversación en la que los interlocutores recuerdan algo pasado,- el texto está enmarcado en una epidemia de cólera desatada en Touón. Dos viajeros, que asisten a ella desde el vagón de un tren, se cuentan relatos encaminados a demostrar cómo sólo se teme a lo desconocido.
Así, el narrador -en este caso el mismo Maupassant- alude a una experiencia que le Turgueniev "un domingo, en casa de Flaubert" (pág. 153). Hallándose el ruso de caza, mientras se baña en un río, cree ser sorprendido por una bestia fantástica ante la que huye despavorido. Será un niño quien espante al temible monstruo, que no es más una mujer que se ha criado desde pequeña en el bosque.
A continuación, el interlocutor del escritor propone una experiencia propia: el susto que le dio un carro, que él creía que avanzaba solo, cuando en realidad iba tirado por un pequeño descalzo.
La tumba es un caso de necrofilia. Su protagonista es un hombre que, habiéndose enamorado "absolutamente" de una mujer, cuando ocho días después ésta expira, él profana su sepultura para abrazarla por última vez.
Carta de un loco nos plantea el caso más típico de desequilibrio: la duda ante el significado universalmente aceptado de todas las cosas. Desde esta perspectiva, dos y dos no tienen porque ser cuatro, el amarillo puede ser el verde y cualquier cosa lo que al lunático le parezca. Jugando igualmente con lo restringido que se halla el campo abarcado por nuestros sentidos, el autor vuelve a otra de sus constantes: la posesión de su protagonista por un ser invisible, ya vista en El "Horla". Completa el cuadro patológico el pánico ante los espejos. Nada más lógico considerando que en su reflejo empiezan a aparecer seres imaginarios.
En Loco volvemos a detectar esa crítica social de la que Maupassant fue todo un maestro. La historia propuesta es la de un magistrado, que pasa por ser ejemplo de rectitud, mientras que comienza a sentir una irrefrenable atracción por el crimen. Acabará matando a un niño y condenando por ello a un inocente.
La muerta, es una comparación entre los textos que rezan en las lápidas y lo que verdaderamente deberíamos leer allí. Así, donde dice que la dama a la que alude el título "amo, fue amada, y murió", debería constar: "Habiendo salido un día para engañar a su amante, cogió frío bajo la lluvia y murió". Esta última es la acción que se nos cuenta.
Mucho menos ocurrente se nos presenta La noche. En sus páginas, un noctámbulo, durante uno de sus paseos, descubrirá que París se ha quedado paralizado. El último parisino no escucha a persona alguna en las calles de la ciudad. Así pues, se dispone a morir a orillas del Sena. Ese río "tantas veces soñado" (Jaime Gil de Biedma), fundamental en la obra de Maupassant.
Mademoiselle Cocotte es la perrita de un cochero. Desde que éste la recoge, el animal demuestra por él esa pasión que sólo se da en los perros. El problema consiste en que siempre está en celo, con lo que siempre hay perros merodeando alrededor de la casa. Obligado por sus señores a abandonar a la perra, ésta volverá junto a él. Finalmente, nuestro hombre se ve impelido a matarla ahogándola en un río. Por las aguas, el cadáver de Mademoiselle le seguirá hasta el nuevo domicilio del cochero quien, derrumbado, acabará en el manicomio donde se nos cuenta su historia.
Finalmente, Un caso de divorcio es el que se plantea cuando un hombre, a raíz del mal aliento que desprende la boca de su mujer con motivo de cierta enfermedad, empieza a amar a las flores por su fragancia.
Publicado el 11 de enero de 2012 a las 10:30.